lunes, 6 de julio de 2009

Con un par

Como vivimos en una ciudad (aunque a veces parece más un pueblo) te encuentras a veces en situaciones peligrosas. Según que barrios mejor no pisarlos, yonkis pidiendo en los semáforos, chorizos del tres al cuarto (de estos he tratado bastante cuando trabajaba en el Bocatta...). Sin embargo, en los cinco años que llevo viviendo aquí no he tenido sensación de peligro en ningún momento. La cosa cambía cuando los que opinan son los que se han críado aquí: todos habían sido atracados. Marc a los catorce años: nos encontramos a su chorizo en la estación el otro día y se puso como una moto.

Uno de los amigos, David, contaba que un día le seguía un tipo. Se iba poniendo cada vez más nervioso, hasta que el tipo en cuestión le toco el hombro. Se giró, le pegó una torta que lo tiró al suelo y salió corriendo. Con un par.

Una noche David salió con otro amigo, Cesc, a tomar una copa. Cuando salieron del bar se les acercaron dos crios, exigiendo que les enseñaran las carteras. Cesc se confió, pensando que iba a asistir a una paliza monumental, como David ya había demostrado antes que era capaz de dar. Así que cuando vió que David se sacaba la cartera, les daba el móvil y juraba una y otra vez que no tenía nada más no se lo podía creer. Acabaron atracados, con cara de tontos y con la coletilla de "que par de pringaos" de regalo.

Claro, los precedentes no se correspondían con lo que había pasado. La posible explicación llegó tiempo más tarde. Hablando con otro amigo más, explicaba una historia extraña que le había pasado coincidiendo en el tiempo con la historia del atracador abofeteado. Volviendo un día de fiesta, necesitaba saber que hora era. La única persona que había en la calle estaba unos metros delante, así que aceleró el paso para alcanzarlo. Como el tipo no parecía detenerse, le puso la mano en el hombro y antes de que pudiera saber que pasaba, el otro se giró, le dio un bofetón que lo tiró al suelo y salió corriendo.

Cuando digo que Tarragona es un pueblo...