viernes, 28 de noviembre de 2008

Receta hiperrápida de tarta de melocotones:

Una lámina de hojaldre del congelado




Una natilla cualquiera (extendida encima del hojaldre)



Y un par de melocotones en almíbar cortados en gajos y repartidos por encima de la natilla


Y al horno hasta que se vean los bordes del hojaldre doraditos. Y da el pego

Estraída del Falsarius Chef, de Estas no son las noticias
El otro día, en el museo grande, Sandra, una compañera que conozco desde hace ya un par de años, me llevó emocionada a ver parte de la exposición que hay en estos momentos. En concreto, el esqueleto de una mujer embarazada (daba una cosica ver el feto, las costillitas...). Al grito de "he encontrado una novia para Manolitus" me enseñó emocionada el descubrimiento.

Manolitus es un esqueleto que había en el museo en el que trabajaba este verano. Como me pasaba la mayor parte del tiempo sola, daba muy mal rollo tener semejante trasto por ahí, así que al final le bauticé como Manolitus, para que no me diera tanto yuyu.

Otra compañera del museo nos pregunta extrañada que quien era Manolitus. "El esqueleto del otro museo".

"¿Manolitus? Pero si es una mujer..."
"No jodas... vaya un chasco"

Conclusión a la que llegó Sandra: "amor lesbiano... ¡que bien!"

Es mi ídola...

jueves, 27 de noviembre de 2008

Mirada acero verde

Decidle hola a Necro....

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El colegio de los vampiros

Cuando era una niña me encantaba ir a casa de mis abuelos de Papiol. Porque habían muchos niños con los que jugar, porque los mayores parecía que se despreocupaban de nosotros... y porque podíamos salir a la calle a hacer un poco el burro. Desde meternos en una fábrica de ladrillos a hacer casitas con los ídem (broma que le costó un brazo roto a una de mis primas) a correr por los campos para acabar robando un par de manzanas (o hartarnos de moras y volver con un dolor de barriga infernal). Pero lo mejor, lo más emocionante era meternos en un antiguo colegio.

El colegio estaba totalmente abandonado. Aún estaban las pizarras, pero los pupitres habían desaparecido. La mayoría de las ventanas estaban rotas, aún se conservaban algunas puertas y habían un par de plantas que investigar. Con la luz del sol que entraba a raudales, no era tan tétrico como pudiera haber parecido. Para una niña acostumbrada a leer, era como ver hecha realidad alguna de las historias que leía con tanta avidez. Pero el encanto se desvanecía en cuanto subíamos al ático: las vigas bajas, llenas de telarañas; la poca luz, que te obligaba a esperar que se acostumbraran los ojos antes de entrar; y lo más raro de todo, las ristras de ajo colgadas por toda la planta.

El ajo nos dio para contarnos historias espantosas sobre porque estaba abandonado el colegio. Así llegamos a la conclusión (obvia, por otra parte) de que un grupo de vampiros habían entrado en el colegio a por los niños y que estos se habían encerrado en el ático con los ajos para que no los siguieran. Hasta pesadillas tuvimos con el tema de los vampiros.

Hace ya algunos años que mis abuelos murieron y las visitas a Papiol desaparecieron. Y echo de menos las correrías de los niños, los campos, la fábrica de ladrillos y el colegio de los vampiros.

¿Qué echaran de menos los niños de hoy? ¿Las series, la consola, el primer botellón?

P.D: Nota mental: cuando comienzas a escribir de estas cosas es que te estas haciendo vieja...

jueves, 20 de noviembre de 2008

El ratoncito Perez

El Sábado pasado me tocaba currar en el museo chiquito del que os hable en otros posts. Con la diferencia de que esta vez no estaba sola, ya que se hacía una actividad y tenían que venir los guias. Necesitaban unas réplicas de huesos para la misma, pero estos aún no habían llegado así que utilizaron los originales: dos cráneos y tres fémures (¿fémures? si alguien sabe si este es el plural que me lo diga, porque ahora mismo no tengo ni idea).

Dos cráneos de verdad, con sus junturas y todo, sus dientes, sus órbitas oculares con el agujerito para que pase el nervio óptico. Pero sin carne alguna, por lo tanto también sin encías... y, obviamente, al final acabaron todos los dientes rodando por el suelo. ¿Alguien se imagina lo escabroso que es encontrarte un diente de un muerto rodando bajo la silla del escritorio? ¿O lo extraño que es intentar recolocar los dientes en su sitio como si fuera un puzzle 3D?

Pues a pesar de todo esto, lo primero que se me pasó por la cabeza, al ver el cráneo mellado fue: "Cuñaooooooo..."

Cuanto daño ha hecho la tele...

lunes, 17 de noviembre de 2008

Limpieza

Mis padres vinieron este Sábado a cenar a casa. Mientras cenábamos, mi madre se quedó embobada mirando al gato y finalmente preguntó intrigada: "¿Limpiáis con algo al gato?". Y yo, claro, cada dos semanas con un jabón seco (y no es broma). "Es que el pelo que tiene blanco está muy blanco..."

Para poneros en antecedentes, os diré que mi madre debe tener un trastorno obsesivo compulsivo, porque lo suyo no es normal. Hace cosas como meter sartenes en sosa para quitarles la grasa (pero en el camino se lleva también el teflón). O lavar los mandos de la tele con alcohol, desinfectándolos. De hecho, ha tenido dos mujeres que venían a ayudarla en casa. Una de ellas le dice que no conoce a nadie tan obsesionada por la limpieza. La otra, que está aprendiendo mucho en su casa y que va a aplicar lo que ha aprendido en el resto de las casas a las que va.

¿A que ahora el comentario del gato no parece tan normal?

Después de la cena los llevamos a ver los barcos del puerto, entre ellos el de un supermillonario dueño de un equipo de fútbol inglés (el Chelsea, creo). Un imponente barco, casi un transatlántico. Increíblemente enorme. Y mientras los demás nos maravillábamos con cosas como cuanta gasolina debía gastar o si tendría un campo de fútbol en cubierta, mi madre murmuró: "¿Cuánta gente debe trabajar aquí para tenerlo tan limpio? Mira como relucen esas barandillas..."



Lo dicho. Una obsesa. Vete a saber que trauma increíble debe de guardar dentro.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Huelga

Marc tiene la costumbre de hacerme una llamada perdida cuando llega al trabajo. El rito viene desde que tuvo que empezar a coger el coche para ir a trabajar, que antes iba en autobus. Como conducir no le gusta e iba con el coche de su madre (un ibiza del año de la patum) le pedí que me hiciera una perdida cuando llegara, que así me quedaba tranquila. Un par de años después, ya con coche nuevo y habiendo conducido todos los dias, lo sigue haciendo por costumbre, supongo que también porque es su manera de darme los buenos días.

Ayer, sin embargo, se olvidó el móvil en casa. Me levanté, vi su móvil encima de la mesa y lo único que pensé fue: "uy, ese no es mi móvil". Y al encontrar mi móvil y comprobar que (lógicamente) no me había llamado: "se le debe haber olvidado, que despiste este hombre...". Cuando una media hora más tarde me llamó desde el trabajo para decirme que se había olvidado el móvil, nos reimos un rato a costa de lo despistada que soy.

Hasta aquí le puede pasar a cualquiera.

Entonces, ¿a alguien más le ha pasado que, aún sabiendo que el móvil al que le estas enviando el mensaje está encima de la mesa, envies un mensaje y TE SORPRENDAS PORQUE SUENA CERCA DE TI?

Creo que mi neurona se está declarando en huelga. Cabrona.

martes, 11 de noviembre de 2008

lunes, 3 de noviembre de 2008

Quiero ser un tio

Ayer vinieron unos amigos a casa a jugar al Sing Star. Entre berreo y berreo, cantando unos mejor y otros peor (aunque supongo que los vecinos nos odiaron igual, afináramos o no), íbamos echando unas risas. Para que engañarnos, sobre todo cuando cantaba mi marido, que es un solete pero no atina ni una (aunque con la práctica está mejorando). Una tarde genial, de buen humor. Cenamos, vimos un capítulo de Perdidos y nos fuimos a la cama.

Hecatombe. No sé exactamente que cable se me cruzó. Me peleé con el gato, por muy triste que suene y estaba tan harta de que en uno de sus arrebatos me mordiera que le mordí yo a él. Y no os lo aconsejo, que si escupen bolas de pelo no es por afición. Y Marc venga a echarme bronca, que si estaba loca, que eso no se hacia, que el gato no se podía tratar así. ¡Total, por un mordisquito de nada! Pero me dio la llorera porque el gato me odiaba. Una llorera de cuatro horas.

Aclaremos algo antes de que me cataloguéis como la loca que muerde a un gato y después se pone a llorar porque el gato la odia. Tengo la regla. Algo incomodo y que hasta hace poco no me alteraba el humor. A mis 27 añitos he descubierto el maravilloso mundo de los desarreglos hormonales cuando me viene la regla. Hasta hace poco, era algo incomodo que se tenia que pasar pero ya está. Ahora, vete tú a saber porque, me da por llorar, reír, tener ataques de efusividad y cinco minutos después querer aislarme para que nadie me vea. Y comer chuches.

Y cuando me faltan chuches, morder gatos.

Quiero ser un tio...