jueves, 3 de junio de 2010

Los nudos

A veces deseas mucho algo o a alguien. Mucho, como cuando eras una niña y te daba una pataleta porque no te compraban tal o cual muñeco. ¡Yo lo quiero! ¡Lo quiero, y me da igual que no se pueda tener todo! ¡Que no lo tengan todo los demás!

Se pueden dar dos opciones en este caso. O bien entras en razón, maduras y te olvidas del asunto. O sigues obcecada, la cosa se enquista y se va internando en ti, convirtiéndose en un nudo sin resolver. A veces son nudos sin importancia. Nudos que el tiempo deshace por olvido. Otros se convierten en marañas que hacen trampas dentro de ti y acaban condicionando todos tus pensamientos porque, cuando te mueves, tiras de los hilos y la sensación de que el corazón te quiere saltar del pecho te recuerda que tienes aquello sin resolver.

A pesar de ser una insatisfacción, me invade una certeza: yo lo quiero, lo quiero y lo quiero. El tiempo intenta deshacer el nudo pero me resisto y lo vuelvo a enmarañar yo misma. Lo amaso, lo acaricio, le pongo nuevas caras, le doy nuevos sentidos, pero siempre es el nudo original, el de siempre, el que tira de mí. Y a veces, cuando creo que ya no está, ¡ay!, es entonces cuando da un tironcito que vuelve a rearmarlo todo y se convierte en el centro de nuevo.

Mi nudo tira de mí estos días como hacía años que no tiraba y en el fondo me encanta. Así que, cuando tengo los brazos hundidos hasta los codos para asegurarme de enredarlo de nuevo, lo hago a conciencia porque, tras tantos años juntos, si llegara a deshacerlo me sentiría vacía.

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