miércoles, 26 de noviembre de 2008

El colegio de los vampiros

Cuando era una niña me encantaba ir a casa de mis abuelos de Papiol. Porque habían muchos niños con los que jugar, porque los mayores parecía que se despreocupaban de nosotros... y porque podíamos salir a la calle a hacer un poco el burro. Desde meternos en una fábrica de ladrillos a hacer casitas con los ídem (broma que le costó un brazo roto a una de mis primas) a correr por los campos para acabar robando un par de manzanas (o hartarnos de moras y volver con un dolor de barriga infernal). Pero lo mejor, lo más emocionante era meternos en un antiguo colegio.

El colegio estaba totalmente abandonado. Aún estaban las pizarras, pero los pupitres habían desaparecido. La mayoría de las ventanas estaban rotas, aún se conservaban algunas puertas y habían un par de plantas que investigar. Con la luz del sol que entraba a raudales, no era tan tétrico como pudiera haber parecido. Para una niña acostumbrada a leer, era como ver hecha realidad alguna de las historias que leía con tanta avidez. Pero el encanto se desvanecía en cuanto subíamos al ático: las vigas bajas, llenas de telarañas; la poca luz, que te obligaba a esperar que se acostumbraran los ojos antes de entrar; y lo más raro de todo, las ristras de ajo colgadas por toda la planta.

El ajo nos dio para contarnos historias espantosas sobre porque estaba abandonado el colegio. Así llegamos a la conclusión (obvia, por otra parte) de que un grupo de vampiros habían entrado en el colegio a por los niños y que estos se habían encerrado en el ático con los ajos para que no los siguieran. Hasta pesadillas tuvimos con el tema de los vampiros.

Hace ya algunos años que mis abuelos murieron y las visitas a Papiol desaparecieron. Y echo de menos las correrías de los niños, los campos, la fábrica de ladrillos y el colegio de los vampiros.

¿Qué echaran de menos los niños de hoy? ¿Las series, la consola, el primer botellón?

P.D: Nota mental: cuando comienzas a escribir de estas cosas es que te estas haciendo vieja...

2 comentarios:

Wendeling dijo...

Yo me hago la misma pregunta en ocasiones. ¿Cuándo mis hijas crezcan, que echarán de menos de su niñez? Aunque en su caso no han tenido videoconsola ni han acudido todavía a su primer botellón...

Besos de una maia.

JB dijo...

Cerca del colegio al que fui de pequeño, hay un caserón enorme y antiguo. Aún hoy en día, cuando paso por delante, me siguen entrando ciertas ganas de explorarlo... nunca pudimos hacerlo, porque el terreno está envuelto por un muro con su correspondiente puerta metálica y tétrica.